lunes, 27 de octubre de 2008

Incomodidad

Vivimos en una época donde la atrocidad y el cinismo conviven de manera enfermiza en nuestra realidad cotidiana. A diario nos encontramos con ejemplos de ello aunque ni siquiera nos propongamos su búsqueda, nos rodean y están presentes siempre, al encender la televisión, el radio, la computadora; los escuchamos en el transporte público, en la calle, en el trabajo, la escuela. Malestares que nos habitan, que nos acosan, que nos reclaman atención desesperadamente mientras nosotros, acomodados en una falsa certeza de que las cosas se arreglarán por su cuenta, negamos nuestra participación por considerarla mínima, por creer que la responsabilidad del bien común sólo concierne al aparato que figura realizar su trabajo, y más que eso, negamos nuestra participación por el miedo que sentimos dentro, la amenaza constante que llevamos interiorizada ya, limitadora de nuestros actos, condicionante de nuestros impulsos. Amenaza cuya verdad se ha mantenido por estar construida sobre el acecho de los intereses, la afectación represiva sobre los frutos del trabajo, del estudio, de la libertad misma, y que pretende todavía mantenerse como el gran chantaje asimilado, absorbido en la pasividad silenciosa de lo que se acepta forzosamente como una consecuencia más, irreversible.
Hoy somos testigos directos del tremendo influjo proyectado por esta constante amenaza, basta mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta de ello, basta intercambiar unas palabras con la gente que día con día se enfrenta a ella y se resigna o la niega, pues la considera tan aplastante que su única vía de escapatoria, pero más bien vía de encierro, se ha vuelto la indiferencia. El no desear saber, no desear actuar, no desear involucrarse son posturas derivadas de ella. Apatía cimentada en lo social y en continuo crecimiento que nos ha revelado, nos revela y nos revelará todavía, la crueldad monstruosa de nuestra realidad, el precio de su asimilación.
Ante tanta comodidad compartida, tanta negación que en busca de su falso sosiego permanece en una banalidad absorbente, pareciera que la incomodidad es la vía para enfrentar la atrocidad y el cinismo que vivimos a diario, con esos ojos que intentan evitar lo que tienen frente a ellos y que a gritos reclama su atención, la necesidad de mejorar nuestras condiciones de vida, el darnos cuenta de nuestra propia voluntad como agentes de transformación para cambiar junto a la ciudadanía, pues la labor no se reduce a activar conciencias sino también a trabajar con la nuestra, este cambio se está pidiendo por su cuenta, no es por nada que encontremos manifestaciones de él a donde dirijamos la atención, y sólo puede impulsarse mediante acciones que demuestren el insoportable malestar en que vivimos, la contestación activa ante una situación que cada vez se vuelve más terrible, y que por lo visto, aún se avecinan consecuencias mayores.

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